百年孤独 第二章10
En efecto, tras complicadas y perseverantes jornadas, lo habían conseguido. úrsula estaba feliz, y hasta dio gracias a Dios por la invención de la alquimia, mientras la gente de la aldea se apretujaba en el laboratorio, y les servían dulce de guayaba con galletitas para celebrar el prodigio, y José Arcadio Buendía les dejaba ver el crisol con el oro rescatado, como si acabara de inventarío. De tanto mostrarlo, terminó frente a su hijo mayor, que en los últimos tiempos apenas se asomaba por el laboratorio. Puso frente a sus ojos el mazacote seco y amarillento, y le preguntó: "?Qué te parece?" José Arcadio, sinceramente, contestó:
-Mierda de perro.
Su padre le dio con el revés de la mano un violento golpe en la boca que le hizo saltar la sangre y las lágrimas. Esa noche Pilar Ternera le puso compresas de árnica en la hinchazón, adivinando el frasco y los algodones en la oscuridad, y le hizo todo lo que quiso sin que él se molestara, para amarlo sin lastimarlo. Lograron tal estado de intimidad que un momento después, sin darse cuenta, estaban hablando en murmullos.
-Quiero estar solo contigo -decía él-. Un día de estos le cuento todo a todo el mundo y se acaban los escondrijos.
Ella no trató de apaciguarlo.
-Sería muy bueno -dijo-. Si estamos solos, dejamos la lámpara encendida para vernos bien, y yo puedo gritar todo lo que quiera sin que nadie tenga que meterse y tú me dices en la oreja todas las porquerías que se te ocurran.
Esta conversación, el rencor mordiente que sentía contra su padre, y la inminente posibilidad del amor desaforado, le inspiraron una serena valentía. De un modo espontáneo, sin ninguna preparación, le contó todo a su hermano.