西班牙与阅读资料:Loschanclosdelasuerte08
Al atardecer se celebraba una representación en el peque?o teatro del callejón de Kannike, la sala estaba llena de bote en bote. En un intermedio leyeron una poesía nueva que tenía por título ?Las gafas de la abuela?. Se hablaba en ella de unas gafas que tenían la virtud de hacer aparecer a las personas en figura de naipes, con los cuales podía adivinarse el futuro y predecir lo que iba a ocurrir al a?o siguiente.
El recitador cosechó grandes aplausos. Entre los espectadores se encontraba también nuestro estudiante del hospital, que no parecía ya acordarse de su aventura de la pasada noche. Llevaba puestos los chanclos, pues nadie los había reclamado, y como la calle estaba sucia de barro, pensó que le prestaron buen servicio. Estimó que la poesía era muy buena.
Aquella idea le preocupaba; le habría gustado no poco poseer unos anteojos como los descritos; utilizándolos bien, tal vez fuera posible ver el mismo corazón de las personas, lo cual resultaría aún más interesante que saber los acontecimientos del próximo a?o. éstos se sabrían al cabo, mientras que aquello quedaría siempre oculto. ?Sólo imagino toda la hilera de caballeros y se?oras de primera fila: ?si pudiese uno ver en sus corazones! Tendría que haber una abertura, una especie de escaparate. ?Cómo recorrerían mis ojos las tiendas! Aquella dama posee seguramente un gran negocio de confección; la otra tiene la tienda vacía, pero no le vendría mal una limpieza general. Pero encontraría también buenos establecimientos. ?Ay, sí! -suspiró-, sé de uno en que todo es excelente, lástima del empleado que hay en él; es lo único malo de la tienda. De todas partes me llamarían: ?Venga, acérquese más, por favor! ?Oh, si pudiese filtrarme en ellos como un minúsculo pensamiento!?.
No necesitaron más los chanclos; el joven se contrajo e inició un viaje absolutamente insólito por los corazones de los espectadores de la primera fila. El primer corazón por el que pasó pertenecía a una dama; sin embargo, en el primer momento creyó encontrarse en un instituto ortopédico, como suelen llamarse esos establecimientos en los que el médico arregla deformidades humanas y endereza a las personas. Estaba en el cuarto de cuyas paredes cuelgan los moldes en yeso de los miembros deformes; con la única diferencia de que en el instituto se moldean al entrar el paciente, mientras en el corazón no se moldeaban y guardaban hasta que los interesados habían vuelto a salir. Eran vaciados de amigas, cuyos defectos, corporales y espirituales, se guardaban allí.
Rápidamente pasó a otro corazón, que le hizo el efecto de un venerable y espacioso templo. La blanca paloma de la inocencia aleteaba sobre el altar; ?qué deseos sintió de hincarse de rodillas! Pero inmediatamente hubo de trasladarse al tercer corazón, aunque seguía oyendo las notas del órgano y tenía la impresión de haberse vuelto un hombre nuevo y mejor; no se sentía indigno de penetrar en el siguiente santuario, que le mostró una pobre buhardilla con una madre enferma. Por la abierta ventana, el sol bendito de Dios; magníficas rosas le hacían se?as desde la peque?a maceta del tejado, y dos pájaros de color azul celeste cantaban alegrías infantiles, mientras la doliente madre pedía bendiciones para su hija.
Andando a gatas se entró luego en una carnicería abarrotada. No hacía sino toparse con carne y más carne. Era el corazón de un hombre rico y prestigioso, cuyo nombre anda en todas las bocas.
A continuación penetró en el corazón de su mujer, palomar viejo y derruido. El retrato del hombre servía de veleta; estaba en combinación con las puertas, las cuales se abrían y cerraban según giraba el hombre.
Vino después un salón de espejos, tal como el que tenemos en el palacio de Rosenborg; sólo que los cristales aumentaban en proporciones desmesuradas. En el centro del recinto, sentado en el suelo como un Dalai-Lama, estaba el insignificante YO de la persona, contemplando maravillado su propia talla.
Luego creyó entrar en un estrecho alfiletero lleno de punzantes alfileres, y no tuvo más remedio que pensar: ?Seguramente es el corazón de una solterona?. Pero era el de un joven guerrero, poseedor de numerosas condecoraciones y de quien se decía: es hombre de alma y corazón.
Completamente desconcertado salió el pobre pecador del último corazón de la serie; no era capaz de ordenar sus pensamientos, y pensó que su excesiva imaginación le había jugado una mala pasada. ??Dios mío! -suspiró-, debo tener propensión a la locura. Además, aquí hace un calor asfixiante, la sangre se me sube a la cabeza?. Entonces se acordó de su peripecia de la noche anterior, cuando la cabeza se le había quedado aprisionada entre los barrotes de la reja. ??Allí lo cogí de seguro! -pensó-. Tengo que ponerle remedio cuanto antes. Un ba?o ruso me aliviaría. ?Si pudiese estar ahora en la tabla más alta del ba?o de vapor!?.
Y ahí lo tenéis en la tabla más alta del ba?o de vapor, pero con todos los vestidos, botas y chanclos. Las ardientes gotas de agua que caían del techo le daban en la cara.
??Uy!?, gritó, saltando precipitadamente para meterse bajo la ducha fría. El guardián soltó un estridente grito al ver a aquel individuo vestido.
El estudiante tuvo la suficiente presencia de ánimo para decirle en voz baja:
-?Es una apuesta!
Pero lo primero que hizo en cuanto estuvo en su habitación fue aplicarse al pescuezo un gran vejigatorio espa?ol y tumbarse de espaldas, para que le saliese del cuerpo la locura.
A la ma?ana siguiente tenía toda la espalda ensangrentada; era cuanto había sacado de los chanclos de la Suerte.