西语童话资料:Loschanclosdelasuerte02
?Debe anunciar una colección de arte, y se habrán olvidado de quitar el cartel?, pensó.
Pasaron por su lado varias personas vestidas con el traje de aquella época.
??Vaya fachas! Saldrán de algún baile de máscaras?.
De pronto resonaron tambores y pífanos y brillaron antorchas. El Consejero se detuvo, sorprendido, y vio pasar una extra?a comitiva. A la cabeza marchaba una sección de tambores aporreando reciamente sus instrumentos; seguíanles alabarderos con arcos y ballestas. El más distinguido de toda la tropa era un sacerdote. El Consejero, asombrado, preguntó qué significaba todo aquello y quién era aquel hombre.
-Es el obispo de Zelanda -le respondieron.
??Dios santo! ?Qué se le ha ocurrido al obispo??, suspiró nuestro hombre, meneando la cabeza. Pero era imposible que fuese aquél el obispo. Cavilando y sin ver por dónde iba, siguió el Consejero por la calle del Este y la plaza del Puente Alto. No hubo medio de dar con el puente que lleva a la plaza de Palacio. Sólo veía una ribera baja, y al fin divisó dos individuos sentados en una barca.
-?Desea el se?or que le pasemos a la isla? -preguntaron.
-?Pasar a la isla? -respondió el Consejero, ignorante aún de la época en que se encontraba-. Adonde voy es a Christianshafen, a la calle del Mercado.
Los individuos lo miraron sin decir nada.
-Decidme sólo dónde está el puente -prosiguió-. Es vergonzoso que no estén encendidos los faroles; y, además, hay tanto barro que no parece sino que camine uno por un cenagal.
A medida que hablaba con los barqueros, se le hacían más y más incomprensibles.
-No entiendo su jerga -dijo, finalmente, volviéndoles la espalda. No lograba dar con el puente, y ni siquiera había barandilla. ??Esto es una vergüenza de dejadez!?, dijo. Nunca le había parecido su época más miserable que aquella noche. ?Creo que lo mejor será tomar un coche?, pensó; pero, ?coches me has dicho? No se veía ninguno. ?Tendré que volver al Nuevo Mercado Real; de seguro que allí los hay; de otro modo, nunca llegaré a Christianshafen?.
Volvió a la calle del Este, y casi la había recorrido toda cuando salió la luna.
??Dios mío, qué esperpento han levantado aquí!?, exclamó al distinguir la puerta del Este, que en aquellos tiempos se hallaba en el extremo de la calle.
Entretanto encontró un portalito, por el que salió al actual Mercado Nuevo; pero no era sino una extensa explanada cubierta de hierba, con algunos matorrales, atravesada por una ancha corriente de agua. Varias míseras barracas de madera, habitadas por marineros de Halland, de quienes venía el nombre de Punta de Halland, se levantaban en la orilla opuesta.
?O lo que estoy viendo es un espejismo o estoy borracho -suspiró el Consejero-. ?Qué diablos es eso??.
Se volvió persuadido de que estaba enfermo; al entrar de nuevo en la calle observó las casas con más detención; la mayoría eran de entramado de madera, y muchas tenían tejado de paja.
??No, yo no estoy bien! -exclamó-, y, sin embargo, sólo he tomado un vaso de ponche; cierto que es una bebida que siempre se me sube a la cabeza. Además, fue una gran equivocación servirnos ponche con salmón caliente; se lo diré a la se?ora del Agente. ?Y si volviese a decirle lo que me ocurre? Pero sería ridículo, y, por otra parte, tal vez estén ya acostados?.
Buscó la casa, pero no aparecía por ningún lado.